Permanencia
Tiempo del aplazado, del corazón en pausa. Un silencio que debe, y debo, respetar a la orden de tus sentimientos.
En la espera se
fortalece la paciencia, pero esta última necesita una caricia de prontitud que solo
puede acercarle el amor.
Yo espero y el
corazón desespera. Espero en tus silencios, en tus tormentas y en nuestros
atardeceres ¿No es el atardecer la hora perfecta para pensarse? Yo te pienso, y
no lo hago en mi espera, lo hago todo el tiempo.
Se me ocurre que
mientras te espero, te quiero. En la espera te contemplo, te admiro. Tamaño
orgullo y responsabilidad tendría yo de amarte.
Otras veces espero
y prevalezco. Escucho tus miedos, tus “no me esperes” y la prepotencia de tus
límites.
Espero y sostengo
mi escena de convertirme, algún día, en lo más importante de tu vida. Sostengo mi
entusiasmo pese al murmullo de tus inseguridades, los minutos de orgullo que me
arrebatan de abrazarte y en lo incorrecto de ese cuadro que aún no descuelgas.
Yo espero. Porque
nada mejor puede hacer el fiel que permanecer, aun cuando lo dobleguen, lo
sometan, lo intenten vaciar de fe; él sabe que el día del si llegara y no sea casual
que no esté ahí por no saber haber esperado.
Si me dices, por
ejemplo, que vendrás a las 4, yo seré feliz desde las 3.
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