La Realidad Dolorosa

 



Traje al escribirte mucho amor, todo, todo el que puedo llegar a tener. 

Podría escribir palabras y palabras de recuerdos nuestros: tu voz a las 8 de la mañana y mi felicidad al escucharte hablar con la abuela. 

Tus pocos desayunos porque le ganabas al amanecer para que nada me faltara, el olor de tu piel, los pasodobles que bailamos…

Hoy los días, aproximadas las fechas, se tornan pesados y desordenados. Pienso con profundidad en mis días, que me aconsejarías en mis decisiones, que palabras me dirías cuando me arrincona el desamor o que me hubieras dicho para no entristecer en la última vez que me fallaron. 

Todos los días necesitamos del amor de madre, todos. Debería ser algo perenne. 

Se trasluce ahora “ese” perderte y el verme (o que me ven perdido), aquellos que me abrazaron en el dolor , pero se ausentaron durante mi tristeza. 

Aquellas últimas partes de ti, lo más próximo a tu risa, tu mirada, incluso tus “aires”. Lo último y perdido, sin más. 

Me entristece, me colma de lagrimas de niño tu ausencia; pero me llena de alegría saberte en la Gloria del Padre, vuelta a tu verdadera esencia, tal vez, más pura aún, de lo que a mi me tocó por madre. 

Alegría terrenal , trascendencia espiritual. 

Preguntas y pocas respuestas. 

Como vivimos el sufrimiento? Que postura tomamos ante el? 

Como entender el de los otros, el ajeno, si al fin y al cabo todos (te) perdimos. 


Hoy hace cuatro años. 

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